miércoles, 30 de diciembre de 2015

El otoño de París

            Aquella tarde de octubre, París era la ciudad de la oscuridad. Su mirada perdida enredaba sus ideas entre las hojas que el otoño había arrancado de los árboles. Aún no sabía muy bien el qué, ni por qué, pero algo se le había arrancado dentro a él también; y no había sido el otoño.

            Se preguntó si entre los miles de libros que los paseantes, despreocupados, hojeaban a orillas del Sena, habría alguno que pudiera decirle si se puede añorar lo que nunca se ha tenido. Pero ya conocía la respuesta. 

            Le sangraba el tiempo cuando no estaba con ella, sentía que podía morder su ausencia. Las nubes se cerraron, macabra coincidencia, y el cielo, gris, empezó a llorar lo que él hubiera querido. Entre millones, una gota cayó al río, y al verla desparecer lo supo. Por no haberla buscado, la había perdido.    
     
            Y al verla hundirse, sin embargo y aunque no pudiera salir de su letargo, observó que la gota no había desaparecido. Aunque ya no la viera, mezclada con la corriente, seguía existiendo. También seguía lloviendo. Quizá se lamentase por lo que no tenía, pero podría, tal vez, encontrarlo aún algún día.





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