Hace poco que ha empezado a amanecer en Berna, el sol aún no se
alza demasiado y sus rayos, todavía tímidos, envuelven las gélidas montañas
suizas con un halo hechizado. Se trata de una de esas mañanas invernales en las
que el aire helada corta y al mismo tiempo el sol templa la piel y empieza a
fundir la escarcha; el ambiente es casi mágico.
Fabian Cancellara observa a través de su ventana y el
reflejo del paisaje en sus ojos le da un fulgor especial a su mirada. Poco a
poco va pertrechándose para uno de los primeros entrenamientos de la que va a
ser su última temporada profesional. Culote, maillot, guantes, manguitos,
casco, gafas, botas. El mismo ritual una vez más, después de tantos años. Espartaco
cierra los ojos un instante, tal vez piense en las miles de veces que ha hecho
esto a lo largo de su vida, al fin y al cabo una vez más es sólo una lágrima en
el océano. Sin embargo, el océano en el que Cancellara nada es ancho, profundo
e imponente.
A finales de siglo Fabian era sólo un joven suizo de
ascendencia italiana que daba sus primeras pedaladas en la élite mientras Johan
Museeuw, el León de Flandes, dominaba las clásicas del Norte y el recuerdo del
avasallador dominio de Indurain estaba aún fresco. Fue a él, al prodigio de la
naturaleza navarro, a quién primero quiso parecerse Cancellara, así que decidió
ser Campeón Mundial de Contrarreloj Junior en 1998 y 1999, y estrenó el siglo
quedándose a 23 segundos de serlo en la categoría sub23, con 19 años. Una nueva
estrella había nacido y su luz empezaba a deslumbrar.
No tuvo que demostrar mucho más para que el equipo más
potente de la época, el Mapei, apostase por él y le hiciera profesional en el
año 2001. Las victorias empezaron a llegar: Vuelta a Rodas, etapas en Austria,
Campeonato Suizo Contrarreloj, GP Eddy Merckx… así pasaron los años iniciales. Enrolado en el Fassa Bortolo tras la desaparición del Mapei siguió haciendo lo
que mejor se le daba: ganar allá dónde iba. Ganó etapas en Romandía, Austria,
Suiza, volvió a ser Campeón Suizo, fue bronce en el Campeonato Mundial
Contrarreloj, ganó el primero de muchos prólogos en el Tour de Francia, ganó en
la París Niza y ganó en Cataluña, pero la París Roubaix se cruzó en su camino. En
la primavera de 2005, Fabian luchó en el Infierno del Norte pero el calor fue sofocante, las piernas le pesaron, y un genio llamado Tom Boonen nació arrasando con todo a su paso. Fabian sólo pudo ser octavo, muy lejos del belga.
Cancellara ya era una estrella, pero él quería ser leyenda.
En el año 2006, volvió a Roubaix. Boonen portaba el
maillot arcoíris y lanzó una terrible ofensiva sobre los adoquines del bosque
de Aremberg. Pero Fabian resistió. El velódromo estaba casi 100 km más lejos,
la carrera se preveía agónica, Boonen era un rival imponente y el Infierno del Norte
estaba dispuesto a devorar ciclistas entre polvo, tierra, piedras y sangre,
pero aquel día, el Infierno era suizo. Cancellara resistió todos los ataques
hasta que fue él el que decidió desatar la tormenta. Poco a poco, pedalada a
pedalada, adoquín a adoquín, fue dejando atrás a todos sus rivales. Destrozó
los caminos pedregosos, y sembró de fuego el camino, resistió el dolor y se lo
infligió al resto, hasta que llegó a Roubaix en solitario y por fin pudo alzar
los brazos, había sobrevivido al Infierno. La leyenda había nacido.
Desde entonces la carrera de Fabian ha sido monótona: victorias
legendarias y cabalgadas épicas, la sensación de ser invencible, la
subordinación de los rivales ante una fuerza superior. Los 4 Campeonatos del
Mundo Contrarreloj, récord aún vigente, el doblete Roubaix-Flandes en 2010,
destrozando al pelotón a kilómetros de meta y venciendo él solo al mundo, la
etapa de Compiégne en el Tour 2007 sometiendo a todo un pelotón en la recta de
meta a base de fuerza y rompiendo el sprint, el maillot amarillo, los éxitos en
España, su desafío a la lógica ganando la Milán San Remo en 2008 y su empeño en
no bajar del podio en ella tratando de evitar lo inevitable, la temporada 2013,
con su victoria en Harelbeke yéndose sólo a 40 km de meta, avisando de lo que
iba a hacer en Flandes y Roubaix y haciéndolo aún así, de nuevo.
Las victorias y el palmarés del suizo son infinitas, no
obstante una leyenda no se basa en el qué y sí en el cómo, y el cómo de Fabian
ha sido epopeya. Lucha contra el dolor, demostraciones de fuerza arrolladoras,
desafíos inverosímiles, tenacidad, perseverancia en lo imposible hasta hacerlo
posible, una tempestad agitando con violencia las aguas de un mar en calma.
Fabian abre los ojos y se pone en pie. Cualquier recuerdo
podría cruzar su imaginación, pero es posible que en su cabeza esté su familia,
su hija al salir del colegio, su mujer y su segunda hija esperando al calor del
hogar. Fabian está cansado, tiene ganas de que todo termine. Sin embargo queda
un año hasta que su luz se extinga, un año para disfrutar de la leyenda. Fabian
monta en su bici y sale a la carretera. La tormenta aún puede rugir una última
vez.