miércoles, 30 de diciembre de 2015

El otoño de París

            Aquella tarde de octubre, París era la ciudad de la oscuridad. Su mirada perdida enredaba sus ideas entre las hojas que el otoño había arrancado de los árboles. Aún no sabía muy bien el qué, ni por qué, pero algo se le había arrancado dentro a él también; y no había sido el otoño.

            Se preguntó si entre los miles de libros que los paseantes, despreocupados, hojeaban a orillas del Sena, habría alguno que pudiera decirle si se puede añorar lo que nunca se ha tenido. Pero ya conocía la respuesta. 

            Le sangraba el tiempo cuando no estaba con ella, sentía que podía morder su ausencia. Las nubes se cerraron, macabra coincidencia, y el cielo, gris, empezó a llorar lo que él hubiera querido. Entre millones, una gota cayó al río, y al verla desparecer lo supo. Por no haberla buscado, la había perdido.    
     
            Y al verla hundirse, sin embargo y aunque no pudiera salir de su letargo, observó que la gota no había desaparecido. Aunque ya no la viera, mezclada con la corriente, seguía existiendo. También seguía lloviendo. Quizá se lamentase por lo que no tenía, pero podría, tal vez, encontrarlo aún algún día.





martes, 29 de diciembre de 2015

Una última vez

            Hace poco que ha empezado a amanecer en Berna, el sol aún no se alza demasiado y sus rayos, todavía tímidos, envuelven las gélidas montañas suizas con un halo hechizado. Se trata de una de esas mañanas invernales en las que el aire helada corta y al mismo tiempo el sol templa la piel y empieza a fundir la escarcha; el ambiente es casi mágico.

            Fabian Cancellara observa a través de su ventana y el reflejo del paisaje en sus ojos le da un fulgor especial a su mirada. Poco a poco va pertrechándose para uno de los primeros entrenamientos de la que va a ser su última temporada profesional. Culote, maillot, guantes, manguitos, casco, gafas, botas. El mismo ritual una vez más, después de tantos años. Espartaco cierra los ojos un instante, tal vez piense en las miles de veces que ha hecho esto a lo largo de su vida, al fin y al cabo una vez más es sólo una lágrima en el océano. Sin embargo, el océano en el que Cancellara nada es ancho, profundo e imponente.

            A finales de siglo Fabian era sólo un joven suizo de ascendencia italiana que daba sus primeras pedaladas en la élite mientras Johan Museeuw, el León de Flandes, dominaba las clásicas del Norte y el recuerdo del avasallador dominio de Indurain estaba aún fresco. Fue a él, al prodigio de la naturaleza navarro, a quién primero quiso parecerse Cancellara, así que decidió ser Campeón Mundial de Contrarreloj Junior en 1998 y 1999, y estrenó el siglo quedándose a 23 segundos de serlo en la categoría sub23, con 19 años. Una nueva estrella había nacido y su luz empezaba a deslumbrar.

            No tuvo que demostrar mucho más para que el equipo más potente de la época, el Mapei, apostase por él y le hiciera profesional en el año 2001. Las victorias empezaron a llegar: Vuelta a Rodas, etapas en Austria, Campeonato Suizo Contrarreloj, GP Eddy Merckx… así pasaron los años iniciales. Enrolado en el Fassa Bortolo tras la desaparición del Mapei siguió haciendo lo que mejor se le daba: ganar allá dónde iba. Ganó etapas en Romandía, Austria, Suiza, volvió a ser Campeón Suizo, fue bronce en el Campeonato Mundial Contrarreloj, ganó el primero de muchos prólogos en el Tour de Francia, ganó en la París Niza y ganó en Cataluña, pero la París Roubaix se cruzó en su camino. En la primavera de 2005, Fabian luchó en el Infierno del Norte pero el calor fue sofocante, las piernas le pesaron, y un genio llamado Tom Boonen nació arrasando con todo a su paso. Fabian sólo pudo ser octavo, muy lejos del belga. Cancellara ya era una estrella, pero él quería ser leyenda.

            En el año 2006, volvió a Roubaix. Boonen portaba el maillot arcoíris y lanzó una terrible ofensiva sobre los adoquines del bosque de Aremberg. Pero Fabian resistió. El velódromo estaba casi 100 km más lejos, la carrera se preveía agónica, Boonen era un rival imponente y el Infierno del Norte estaba dispuesto a devorar ciclistas entre polvo, tierra, piedras y sangre, pero aquel día, el Infierno era suizo. Cancellara resistió todos los ataques hasta que fue él el que decidió desatar la tormenta. Poco a poco, pedalada a pedalada, adoquín a adoquín, fue dejando atrás a todos sus rivales. Destrozó los caminos pedregosos, y sembró de fuego el camino, resistió el dolor y se lo infligió al resto, hasta que llegó a Roubaix en solitario y por fin pudo alzar los brazos, había sobrevivido al Infierno. La leyenda había nacido.

            Desde entonces la carrera de Fabian ha sido monótona: victorias legendarias y cabalgadas épicas, la sensación de ser invencible, la subordinación de los rivales ante una fuerza superior. Los 4 Campeonatos del Mundo Contrarreloj, récord aún vigente, el doblete Roubaix-Flandes en 2010, destrozando al pelotón a kilómetros de meta y venciendo él solo al mundo, la etapa de Compiégne en el Tour 2007 sometiendo a todo un pelotón en la recta de meta a base de fuerza y rompiendo el sprint, el maillot amarillo, los éxitos en España, su desafío a la lógica ganando la Milán San Remo en 2008 y su empeño en no bajar del podio en ella tratando de evitar lo inevitable, la temporada 2013, con su victoria en Harelbeke yéndose sólo a 40 km de meta, avisando de lo que iba a hacer en Flandes y Roubaix y haciéndolo aún así, de nuevo.


            Las victorias y el palmarés del suizo son infinitas, no obstante una leyenda no se basa en el qué y sí en el cómo, y el cómo de Fabian ha sido epopeya. Lucha contra el dolor, demostraciones de fuerza arrolladoras, desafíos inverosímiles, tenacidad, perseverancia en lo imposible hasta hacerlo posible, una tempestad agitando con violencia las aguas de un mar en calma.


            Fabian abre los ojos y se pone en pie. Cualquier recuerdo podría cruzar su imaginación, pero es posible que en su cabeza esté su familia, su hija al salir del colegio, su mujer y su segunda hija esperando al calor del hogar. Fabian está cansado, tiene ganas de que todo termine. Sin embargo queda un año hasta que su luz se extinga, un año para disfrutar de la leyenda. Fabian monta en su bici y sale a la carretera. La tormenta aún puede rugir una última vez.